martes, 20 de octubre de 2015

LA IRA, EL SOMA Y LA PALABRA INÚTIL

Venezuela está iracunda. El Gobierno lo está contra los opositores; los opositores lo están contra el Gobierno; el venezolano independiente lo está contra ambos.  Igual el consumidor siente ira contra el comerciante que lo especula, y el empleado contra su empleador y viceversa; el comerciante odia al consumidor aunque lo esquilme; los “bachaqueros” odian a sus cliente-víctimas, y sus cliente-víctimas  odian a los “bachaqueros”. Ira hay en los mercados, las farmacias, los hospitales y las clínicas, en las colas para el transporte, en los mercados privados y de “cielo abierto” que son un infierno; en la morgue y los cementerios.  Venezuela está iracunda. No hay lugar donde no exista ira, ni persona que no la sienta.

¿Por qué esto es  dañino? Porque la ira, igual que el miedo, es una emoción intensamente pasional y por ende peligrosa;  dirige su energía  a la destrucción del  objeto o del sujeto que la causa. Venezuela tiene en su interno ese potencial. Por eso los delincuentes matan a sus víctimas e incluso las despedazan, y las poblaciones linchan a sus victimarios. En las fechas que corren todos somos víctimas prestos a convertirnos en lo opuesto. En Venezuela hay drama.

Por otro lado la ira es un sentimiento doloroso. Mientras se siente se sufre. Y además desorganiza el pensamiento, lo obnubila, bloquea la racionalidad. Otros concomitantes son somáticos: eleva la presión sanguínea diastólica y sistólica; aumenta las secreciones hormonales, especialmente la adrenalina que induce a la acción; tiene efectos negativos de orden gastro-intestinal –úlceras, erosión de paredes estomacales-  y produce elevaciones  en la tasa de descarga neuronal. No hay quien gane, pues, a la ira, en sus efectos endo- y exo-destructivos, y cuando se dan simultáneamente ocurre la debacle. ¿Ergo? Hitler, Alemania y el Nazismo. Un pueblo lleno de ira encontró a un iracundo y asoló a Europa. Fueron setenta y dos millones de alemanes los que respaldaron al Fuhrer, todos bravos, todos coléricos por condiciones nacionales intolerables: la severidad  del tratado de Versalles y una Economía en ruinas.  Eso desquició a Alemania y Alemania desquició al mundo. Son los efectos de la ira.


¿Por qué este escrito? Porque siento que un colapso se avecina, pues  hay rabia. Esa percepción es fuerte y no debo guardármela. La hago notar a mis colegas psicólogos porque nosotros conocemos de emociones y entendemos de comportamientos. ¿No habrá algo que podamos hacer para tratar esta condición colectiva? Es  pregunta que vuelve y me revuelve y hoy quiero formularla a  mis colegas por estas redes. El tope del postre es que en Venezuela ha perdido efecto la palabra. Parece inútil decirla o escribirla.  Se ha impuesto la sordera y la ceguera. Y es que la rabia, en su virulencia   psicológica y somática, tapona los sentidos y sepulta a  la palabra. Es un drama. Yo lo recojo. Venezuela lo padece.

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