LA IRA, EL
SOMA Y LA PALABRA INÚTIL
Venezuela está
iracunda. El Gobierno lo está contra los opositores; los opositores lo están
contra el Gobierno; el venezolano independiente lo está contra ambos. Igual el consumidor siente ira contra el
comerciante que lo especula, y el empleado contra su empleador y viceversa; el
comerciante odia al consumidor aunque lo esquilme; los “bachaqueros” odian a
sus cliente-víctimas, y sus cliente-víctimas odian a los “bachaqueros”. Ira hay en los mercados, las
farmacias, los hospitales y las clínicas, en las colas para el transporte, en los
mercados privados y de “cielo abierto” que son un infierno; en la morgue y los
cementerios. Venezuela está
iracunda. No hay lugar donde no exista ira, ni persona que no la sienta.
¿Por qué esto
es dañino? Porque la ira, igual
que el miedo, es una emoción intensamente pasional y por ende peligrosa; dirige su energía a la destrucción del objeto o del sujeto que la causa. Venezuela
tiene en su interno ese potencial. Por eso los delincuentes matan a sus
víctimas e incluso las despedazan, y las poblaciones linchan a sus victimarios.
En las fechas que corren todos somos víctimas prestos a convertirnos en lo
opuesto. En Venezuela hay drama.
Por otro lado
la ira es un sentimiento doloroso. Mientras se siente se sufre. Y además
desorganiza el pensamiento, lo obnubila, bloquea la racionalidad. Otros
concomitantes son somáticos: eleva la presión sanguínea diastólica y sistólica;
aumenta las secreciones hormonales, especialmente la adrenalina que induce a la
acción; tiene efectos negativos de orden gastro-intestinal –úlceras, erosión de
paredes estomacales- y produce
elevaciones en la tasa de descarga
neuronal. No hay quien gane, pues, a la ira, en sus efectos endo- y
exo-destructivos, y cuando se dan simultáneamente ocurre la debacle. ¿Ergo?
Hitler, Alemania y el Nazismo. Un pueblo lleno de ira encontró a un iracundo y
asoló a Europa. Fueron setenta y dos millones de alemanes los que respaldaron
al Fuhrer, todos bravos, todos coléricos por condiciones nacionales intolerables:
la severidad del tratado de
Versalles y una Economía en ruinas. Eso desquició a Alemania y Alemania desquició al mundo. Son
los efectos de la ira.
¿Por qué este
escrito? Porque siento que un colapso se avecina, pues hay rabia. Esa percepción es fuerte y no
debo guardármela. La hago notar a mis colegas psicólogos porque nosotros
conocemos de emociones y entendemos de comportamientos. ¿No habrá algo que
podamos hacer para tratar esta condición colectiva? Es pregunta que vuelve y me revuelve y hoy
quiero formularla a mis colegas
por estas redes. El tope del postre es que en Venezuela ha perdido efecto la
palabra. Parece inútil decirla o escribirla. Se ha impuesto la sordera y la ceguera. Y es que la rabia, en
su virulencia psicológica y somática, tapona los
sentidos y sepulta a la palabra.
Es un drama. Yo lo recojo. Venezuela lo padece.
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